miércoles, 27 de junio de 2012

UN PROBLEMA DE EDUCACIÓN


Un problema de educación

No se trata de poner la atención donde no se encuentra el origen del acoso escolar, pero sí de considerar que hay cierta dejación de responsabilidades por el mundo adulto y que esta no se limita a los centros pero abona en ellos situaciones no deseadas


La acusación por la Fiscalía de Menores de Gipuzkoa a tres alumnos de catorce años por acosar a uno de sus compañeros de curso debe tratarse con el celo y la prevención que exige todo caso en el que se ven involucrados menores de edad, especialmente cuando la estadística presenta una cierta disparidad entre denuncias y hechos. Al mismo tiempo, sin embargo, debe aplicarse el rigor rotundo exigible para atajar el más ínfimo brote de un problema que pese a no ser nuevo -en Europa se viene estudiando y actuando contra su existencia desde hace más de tres décadas- alcanza dimensiones preocupantes, también en nuestro país. Desde que hace ya ocho años el dramático caso del fallecimiento en Hondarribia de Jokin desató todas las alarmas en el sector educativo y la sociedad vascos y a pesar de que aquel caso impulsó la adopción de medidas preventivas y de formación por el Departamento de Educación ya en 2005 y un año después el endurecimiento de la Ley del Menor a nivel estatal, las situaciones de acoso escolar o bullying han seguido reproduciéndose con cierta cadencia y asiduidad en los centros escolares. Así, en el curso 2009-2010 se registraron en Euskadi nada menos que noventa casos de los que 33 presentaban evidencias suficientes. La constatación, además, de que se ha producido un repunte en el número de denuncias y de que se mantenían las pautas de las situaciones de acoso -más de la mitad de los casos se producen dentro del centro escolar, el 11% de las víctimas no lo denuncia o la edad de mayor riesgo se sitúa entre los 12 y los 16 años- recomiendan analizar detenidamente el tipo de educación y control y la capacidad para impartirla y ejercerlo sobre las generaciones más jóvenes tanto desde la misma familia como durante el horario escolar. Y no se trata de poner el foco donde no se encuentra el problema, pero sí de considerar que hay cierta dejación de responsabilidades por el mundo adulto y que, solo a modo de ejemplo, mientras el 65% de los profesores reconoce haber visto o sospechado acoso escolar, únicamente en el 21% de los casos se ha producido una intervención directa. Los datos, en cualquier caso, no deben llevar a concluir que el acoso escolar es práctica habitual, sino a comprender que no es un asunto menor ni una lacra irresoluble. Y que atajarlo depende de la implicación de todos: centros, profesores, alumnos y familias.

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